Por: Braulio Paz
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1. Un
Acontecimiento (partiendo de los trabajos de Deleuze y Badiou) es un punto
localizado que concierne a una multiplicidad dentro de una situación histórica implicando
una transformación radical que disturba el flujo del devenir. Es decir, difiere
de un suceso cualquiera en tanto que el sujeto no se limita a experimentarlo:
después de pasar a través de él,
literalmente, no soy el mismo. Y, si el Acontecimiento surge de entre la
multiplicidad eventual y se configura como Unidad, se explica la afirmación
deleuziana todo acontecimiento me espera al
tomar en cuenta que, previo a su aparición este no existía en el devenir, es sólo
en retrospectiva que la afirmación todo
me llevo a este momento se valida.
En
otras palabras, una vez que el acontecer provoca la transformación radical en
la sucesión de eventos, esta afecta no sólo mi percepción del futuro, sino
también la que tengo del pasado (creando la ilusión de un efecto domino). El ejemplo más simple reside en la cuenta de los
años desde el nacimiento de Cristo: quienes vivieron antes no tenían idea de
quien era/sería y se desenvolvieron sin que ese dato les afectara; sin embargo,
hoy sus vidas son medidas en base al mismo (nació en el año tal, murió en el
cual antes de cristo) como si estas fueran una cuenta regresiva y, al mismo
tiempo, los años que han transcurrido desde entonces marcan nuestro punto de
referencia para ubicarnos en el tiempo.
El
desmoronamiento de la Utopía significó la muerte del Acontecimiento en la Historia,
pues esta se fragmentó, sobreviviendo en pequeñas narrativas personales. Este
es el dispositivo ideológico detrás de las tendencias de self improvment (desde la autoayuda, pasando por las expansiones y
modificaciones corporales, el veganismo, los viajes de autoconocimiento, etc.), el regreso del Carpe Diem romántico
como leitmotiv en manifestaciones
como el hashtag #YOLO (del inglés you
only live once), entre otros.
Dado
que no hay Acontecimiento que funja de punto referencial para la “generación” actual, la relación con el
pasado ha cambiado. Ya no se establece con respecto al dónde me encuentro (como un viajero que observa el camino
recorrido), a cambio podríamos hablar de un espíritu “epocal” caracterizado por la búsqueda de una legitimización de las
diversas narrativas (personales o de grupos particulares) a través de la
imitación (o su intento) de estructuras de un pasado supuesto (el hipster y su añoranza por la contracultura
de mitad del siglo XX, la
idealización de culturas precolombinas, la elección de comida orgánica por
sobre la procesada por representar un retorno
a un estilo de vida más natural y
saludable, etc.); o bien, a través de
la construcción de realidades alternas (existentes sólo en lo virtual). De
cualquier forma, Internet, hoy, es el espacio en el que se desenvuelve la vida.
A través de él no sólo es posible este retorno en tanto que la experimentación
de manifestaciones culturales e información originarios del pasado (que muchas veces es informe),
sino que también lo es la simulación de la estancia en determinada época y/o
determinada realidad. Hablo de simulación
y de pasado informe o supuesto porque el halo vintage en un espacio (fanpages en
diversas plataformas, blogs de los seguidores, páginas de creación de
contenido, MORPGs, foros, etc.) muchas veces está plagado de anacronismos con
respecto a la época que evocan y muchas otras parte de un supuesto que la
retrata como utópica. La estética del steampunk,
sólo por poner un ejemplo, está formada por vestimenta y escenografía que evocan
al siglo XIX (coexisten principios y finales), pero que al mismo tiempo
interactúa con tecnología procrónica que se camufla haciéndola parecer producto
del laboratorio de James Watt o del de Nicola Tesla.
Aun
así, es cierto que los steampunks existen
fuera del espacio virtual: hay convenciones, conciertos y otras actividades en
las que se reúnen. Pero estos espacios tienen una peculiaridad: todo el que
desea participar va disfrazado. No son los únicos, están otras comunidades de
internet que se disfrazan en el mundo real para emular el virtual: los
cosplayers Otaku, los Furry Fandom, quienes optan por las modificaciones
corporales (cuernos, expansiones de oído, pupilentes, nosetrails) y hasta, me arriesgaría a decir, los colectivos Trans. En
todos los casos, partiendo de una fundamentación similar: la liberación a
través del disfraz de un verdadero yo que
sólo existe en la virtualidad. La representación (el disfraz) ya no funciona,
entonces, como mimesis de lo real, sino que esta realidad ha pasado a
ser un proxy de
otra, la cibernética.
Tomando
en cuenta estas consideraciones, algo condensadas por motivos de espacio, no creo
que se pueda hablar de una “generación” Milenial
de la misma forma en que se habló de una Generación
X (o de cualquier otra). El propósito de este texto es reflexionar sobre
las consecuencias de esta situación en la escritura.
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2. La
fragmentación de la Historia es consecuente con la fragmentación de la
Tradición (entendida como un canon académico/nacional): la relación que
establece el autor con sus referentes es completamente personal y ya no está
mediada por ninguna entidad superegóica. Uno elige libremente a sus referentes y,
como resultado, la escritura se configura como una propuesta discursiva propia:
deberíamos pensar en procesos independientes (entre sí y de cualquier intento
de oficialidad) que desembocan cada uno en propuestas igualmente diversas.
Esto,
en primer lugar, significa que el valor de un texto (actualmente) se desprende
de cómo las escrituras posteriores dialoguen con él. El ejemplo más paradigmático
de los últimos años, para mí, ha sido Los
salmos fosforitos de Berta Garcia Faet. El libro lleva la advertencia de
que puede ser afrontado (o no) con el Trilce
de Vallejo al lado: Los salmos… es un
libro que se sostiene por sí mismo y, aun así, no se trata de una estructura
cerrada. El dialogo que establece con la obra vallejiana no es gratuita, ambas coinciden
en su sublevación contra la lengua en pro de un lenguaje al cual no acceden
completamente, y justamente por eso idóneo para evitar caer en el terreno
pantanoso del relato anecdótico y llano de la experiencia sin más (es decir, cuando las concesiones con lo
biográfico se vuelven centrales en lugar de excusas), además de permitirle a
Garcia Faet la construcción de un hipervínculo
(por llamarlo de algún modo) intertextual, distinto al de Genette por no ser
unidireccional, que revalora, al mismo tiempo, la lectura de Los salmos…, sino también la del propio Trilce.
En
ese sentido, un texto puede constituir un Acontecimiento en el devenir/proceso de
las lecturas de un alguien X.
En
segundo lugar, significa que el intento de presentar una nueva poesía (peruana, chilena, argentina, camboyana o de
Micronesia) es imposible debido a la inexistencia de una característica que las
auné. Existen sintonías en la elección de referentes que generan afinidades
estéticas, pero se limitan a ello y difícilmente son concebidas como parte de
un corpus generacional. Todo intento de utilizar dispositivos como la
instauración de fronteras generacionales cada
decenio, que supuestamente marcan indistinguiblemente lo producido en el año
xxx9 del xxx0 y que pretenden el abanderamiento de los autores de la década
bajo un mismo estandarte estético/discursivo (hablaron de esto, lo hicieron
así), ignora el hecho de que cada propuesta escritural, hoy en día, tiene su
propio gatillo y sistema de detonación, por lo que (aunque, como dijimos,
existen sintonías) hay escrituras muchas veces opuestas entre sí. Por otro
lado, ignora también la condición de proceso: una escritura no proviene de la
nada y el recorrido (de lecturas) por el que transcurre el autor/lector (en la
práctica) difícilmente a estado plagado de baches que lo obligaban a volver a
encender el bocho cada cierto tramo (como quisieran los críticos).
Por
cierto que no intento avalar el solipsismo. Estas muchas propuestas
independientes entre sí tejen un panorama interdependiente de su condición de
diversas. Nuestra realidad ha pasado a estar regida por el mutandis mutantis: transformando continuamente lo que se debe, una
construcción dialógica y, por tanto, siempre cambiante. A partir de las
vanguardias podíamos distinguir dos grandes grupos en la poesía latinoamericana
(la del espíritu barroquizante y la de los melancólicos poetas de la lengua, como los llama Eduardo Milán) y, sin embargo,
sería estúpido (por dogmático) pretender que existe un paralelo claro que
resuelva la cuestión fronteriza. Los dos grupos identifican dos tonalidades
opuestas (la más clara y la más oscura) en una paleta de gradaciones y no son
más que herramientas para la discusión: las distintas escrituras que en esta
imagen estarían en la escala de grises son producto, justamente, de las
confluencias en que propuestas aparentemente irreconciliables han generado
puntos de presión explotables (con el dialogo, que también puede ser producto
de un conflicto bien llevado).
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3. Durante
el siglo pasado existieron muchos intentos de incorporar el lenguaje de la
calle a la escritura. Sin embargo, dada la situación en que la realidad es una
extensión de lo que realmente sucede en
la esfera de lo virtual (me pregunto si sucede es realmente la palabra, lo que
existe en virtualidad es solo posibilidad: es cuando Acontece que pasa a
existir realmente), los intentos por adoptar la cotidianeidad como materia
textual emplean (quizá con algunas excepciones, como Mario Morquencho) el
lenguaje de los espacios virtuales en
que se desempeña lo cotidiano: la calle ya no existe.
4.
Birger Angvik, en La ausencia de la forma da forma a la crítica
que forma el canon literario, nos dice que la crítica literaria peruana
(tanto académica como periodística) tiene su origen en las veladas literarias y en el Club
literario de Juana Manuela Gorritti. Entre las regulares se contaba a
Mercedes Cabello de Carbonera, Carolina Freyre de Jaimes y Clorinda Matto de
Turner; en suma, la escena nace,
parece, entre mujeres: Cabello de Carbonera es autora de artículos y ensayos
reflexionando sobre “la importancia
filosófica” de la novela, Matto de Turner fungía de editora y directora
general en El Perú ilustrado, la mayor
revista literaria de la época (378:1999). Más tarde, a principio del siglo XX,
la crítica se institucionaliza, sobre todo con la aparición del primer tomo
sobre la historia de la literatura peruana de Luis Alberto Sánchez: el discurso
del crítico peruano tiende a presentarse como monológico, normativo,
autoritario y dogmático (ídem).
La
percepción que tiene el crítico sobre sí mismo ha variado muy poco. Aún hoy, la
institución que hace 20 o 30 años se llamaba crítica (que hoy, probablemente, no lo sea a pesar de que siga
existiendo y abusando del nombre) sigue profesando una postura categorizante,
sin dialogo, sin aclaraciones ni indicación de problemas, objetivos, teorías,
métodos. “Decir simplemente que está
hablando como critico (…) parece una respuesta suficiente a la responsabilidad
científica en el campo de los estudios literarios” (idem). “Críticos” como,
por ejemplo, José Carlos Yrigoyen siguen apoyando sus ensayos, no en la validez
de sus argumentos ni en la fidelidad de la investigación que supuestamente han
realizado para el trabajo, sino en el puesto de poder en el que los coloca la
etiqueta de “critico” y las plataformas que ello les permite utilizar. Por eso
no debe sorprender que, en su ensayo También
los enanos empezaron pequeños (nombre, por cierto, plagiado
desvergonzadamente de Luis Alberto Castillo), Yrigoyen descalifique a los
miembros del colectivo Sub25 por no aparecer en revistas o periódicos y
conformarse con “un puñado de likes”.
La razón por la que antes mencionaba que dudo que la etiqueta critica
siga describiendo a la misma institución que describía hace décadas (a
pesar de que esa institución siga sobreviviendo apañándose del termino) reside
en un simple hecho: la escritura ya no se mueve herméticamente, con una pretendida
autonomía con respecto a lo que sucede a su alrededor (postautónoma, la llama Josefina Ludmer). Si hace un rato hablábamos
de la intromisión de lo cotidiano en la esfera literaria (eso cotidiano implica
una cosa distinta para cada quien y puede ir desde la cultura pop hasta la
física de cuerdas) y de la “muerte”
de la calle, ¿en consecuencia no podríamos hablar de que lo que ahora
equivaldría a la crítica (y a lo que conformaba la “escena”: periódicos, revistas especializadas, lecturas) se lleve a
cabo en la cotidianeidad del internet (y ya no en la “calle”)?
Se
me ocurre que, en todo caso, se desempeña en un ambiente más amigable (como las
tertulias de la señora Gorritti).
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5. Por
último, dado que ya no existe un discurso que guía las preocupaciones y acciones
de los individuos (como existía en el ansia transformadora de los 60s/70s o en
la búsqueda de la armonía renacentista) sino que este se ha fragmentado y
tomando en cuenta el rol que desempeña lo virtual en la relación que
establecemos con la realidad hoy en día, podemos concluir: que ya no se produce
y lee de la misma forma en que se hacía hace 20 o 30 años, existe una
multiplicidad de discursos que dialogan permanentemente entre sí y con los de
otras coordenadas (espaciales y temporales); que la cotidianeidad se desempeña
en espacios distintos a los que componían el espacio público y eso repercute en
la elección y el empleo de lenguajes en la producción actual. Finalmente, que los espacios en los que la crítica
se desempeña han cambiado también, ya no se trata tanto de las revistas
especializadas y periódicos, pero de blogs, muros de Facebook, tweets, etc. De
este presente al del crítico enajenado en su cueva (que alucina reino) hay un
abismo.
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ANGVIK,
Biger.
1999 La ausencia de la forma da forma a la
crítica que forma el canon literario. Lima, Perú: Fondo Editorial-PUCP.
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ANGVIK,
Biger.
1999 La ausencia de la forma da forma a la
crítica que forma el canon literario. Lima, Perú: Fondo Editorial-PUCP.
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