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KACPER KIEC





Veleidades con niños conocidos



Yo me esfuerzo por enseñarle a los niños que me rodean

que antes de abrir una puerta hay que decir permiso;

ellos miran a sus mujeres y piensan que soy una arpía,

los más benévolos dicen es una mujer con veleidades,

y como les han dicho que los hombres inteligentes ríen en voz baja,

los imitan en forma lamentable.

En los costados del camino los caballos sólo comen las flores azules

yo quisiera llevar a los niños que me rodean

para que empezaran a aprender algo sobre el buen gusto,

los caballos son grandes maestros.

Pero ellos prefieren la filosofía y morirán sin entender

vestidos de niños con mediecitas blancas

y con todas las crueldades absolutas de los niños.

La gente con veleidades que no creemos en los pecados

del precio, la venta o la entrega

los miramos jugar con sus barriletes

y nos ofrecemos tranquilamente

para que nos claven en el cuerpo flechas de colores primarios.




***


Voy a hablar de un poema de Juana Bignozzi (Argentina, 1937-2015) que tiene para mí algo de escenario inaugural. No sé si fue el primer texto de la autora que cayó en mis manos. Pero cuando pienso en ella, es el primero que me viene a la mente. ¿Por qué? Porque me sacó de un lugar en el que estaba atascado, y se volvió para mí una estación de descanso donde puedo tomar aire, cuando las posibilidades se cierran.
Venía en zig zag. Caía, por un lado, en el abuso del lenguaje metafórico, en los poemas enamorados del silencio o la ausencia, en la abstracción sin vida. Por el otro, en el abuso del lenguaje referencial, en la narración de anécdotas sin capas de sentido, como si la experiencia valiera por sí misma y pudiera ser representada. Por último, en la tentación de clasificar los textos como lo exigía la tradición: textos de la emoción vs. textos de las cosas. Entonces leo «Veleidades con niños conocidos» y el panorama cambia.

Lo que hace acá Bignozzi es una ensalada de procedimientos. En primer lugar, sirviéndose de una sintaxis llana y del uso del yo, tiende una trampa hacia una lectura que busque confesiones. «Dijo yo, bien, va a contar su experiencia», pensé cuando caí en la trampa. Pero entonces me esperaba un nosotros como el cartel de un callejón sin salida. Ahí estaba lo distintivo de la propuesta de Bignozzi, en ese nosotros (la gente con veleidades) del que salía una trompada a mi condescendencia. La gente con veleidades somos nosotros, ellos son los niños, ellas las mujeres, acá están los más benévolos, allá hay hombres inteligentes, más allá los que hablan sobre los hombres inteligentes.

En segundo lugar, a partir de la producción de grupos de personajes en lugar de personajes individuales con experiencias intransferibles, elabora un cuerpo de vínculos que da espesor social a su propuesta. En otras palabras, pone a jugar lo que ella misma en otro poema llama la vida de relación. La relación como tema atraviesa toda su poesía. Se rompe así la distinción entre sujeto y objeto, entre las emociones y las cosas. Además, la relación es maleable, de forma que se produce una liberación respecto de la identidad estática exigida a una obra sostenida por las confesiones. Por eso, el yo que en el primer verso realiza un esfuerzo educativo, hacia el final es avasallado por el grupo de los que se ofrecen tranquilamente. Por eso, el poema puede saltar de las mujeres a la arpía, de las mediecitas blancas a las flores azules y los caballos.

En tercer lugar, el poema transcurre en un como si, una lateralidad que manda un guiño a cierta lírica, aunque se haya elegido como tema las relaciones en vez de las ausencias. El sujeto es como una arpía, los otros son como niños, la falta de oposición es como si se dejara clavar en el cuerpo una flecha. La imaginación planta una bandera donde se esperaba encontrar una zona de referencias estables. Entonces la otra trampa: «Dijo nosotros, debe ser poesía política tradicional». Error. La poesía de Bignozzi se hace cargo de lo político. Pero sin maniqueísmos berretas. Ahí están las relaciones: no la clase como categoría sólida y central, ni los buenos contra los malos, sino una diversidad de variantes dispuestas por la imaginación y por la capacidad de Bignozzi para la lectura de vínculos siempre cambiantes: hombres y mujeres, mujer y niños, gente de buen gusto y gente con otras preferencias. A veces pienso en un poema en el que Wallace Stevens hace aparecer esta pregunta: «¿Es esto la vida, pues, las cosas como son?». Vuelvo a leer «Veleidades con niños conocidos» para responder que no. Por supuesto que no.





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